Todos los padres “empujan” a sus hijos aunque sea un poco, es parte de su trabajo. Empezando desde que ayudan al bebé a decir “mamá” o “papá” (hasta hacer que hablen) o ayudarlos a dar el primer paso (hasta hacer que caminen).
Los padres presionan a sus hijos durante su desarrollo, para que sean educados, coman bien y sean obedientes. Ese tipo de presión es muy normal. Presionarlos un poco más para que den el 100% de esfuerzo tampoco es malo. Muchos padres premian a sus hijos por un buen comportamiento. Un examen con “A+” termina en la puerta del refrigerador, se les regala un juguete, etc. Premiar a los niños puede ser un buen incentivo que comunica que lo hicieron bien y que se repita.
Los padres entonces los animan al asistir a sus eventos, ayudarlos en los proyectos o ayudarlos a practicar.El niño sobresale y los padres se sienten orgullosos.
La dinámica cambia cuando los padres se empiezan a identificar mucho con los logros de sus hijos. Dejan de apoyarlos o se enfadan cuando los hijos no logran una meta y se sienten avergonzados cuando sus hijos no alcanzan los estándares establecidos por los padres.
Esto le crea estrés innecesario al niño y usualmente lleva a que el niño desarrolle baja autoestima y una auto-imagen de inferioridad. Crecen creyendo que nunca pueden ser lo suficientemente buenos para ganar el respeto y admiración de sus padres. Los hijos pueden hasta empezar a sentirse como porquería.
Estas situaciones se ven mucho en diferentes escalas. Por ejemplo, un niño de 8 a 10 años de edad trata de ayudar a sus padres con tareas del hogar. El niño no las hace tan bien como el padre (pues no tienen la práctica) y el padre les pide que dejen la tarea, que la hizo mal.
Otro ejemplo, un adolescente en deportes en su escuela no gana un partido importante, y sus padres le echan la culpa o humillan por no lograr ganar.
Los padres en esos casos (cuando los hijos tienen logros) ven esos logros como suyos en vez de verlos como logros del hijo. Mientras más competencia requiera el logro, mas se intensifica esta dinámica. Invierten demasiado tiempo, emociones, dinero y presión en el hijo para lograr que triunfe el hijo.
De no lograrlo se sienten decepcionados por sus hijos. Ahí es que cruzan la línea entre apoyar a sus hijos y presión parental, cuando esta presión deja de beneficiar al hijo y se convierte en un objeto de enfoque del padre.
El resultado de esta constante presión se ve cuando los hijos desarrollan problemas emocionales, manifestados en una depresión (o intento de suicidio), ataques de ansiedad, migrañas, asma, pérdida de peso, bajas calificaciones académicas, baja tolerancia a la frustración, agresividad, bulimia y hasta uso o abuso de drogas y substancias controladas.
Se le recomienda a los padres a que tengan cuidado con su forma de comunicarse con sus hijos. Apóyenlos aunque no logren el primer lugar, animen su esfuerzo y enséñenles a aceptar la derrota con dignidad. Siéntanse orgullosos de sus hijos en todo, incluyendo sus virtudes y retos.